jueves, 13 de mayo de 2010

Ódiame hoy





Tengo en el corazón algo que lo está amarrando, lo ahorca de vez en cuando, aprieta y duele, reclama insistente porque la lejanía de su presencia no es liviana, no hay cura para el vacío que ha dejado, no hay forma de sobreponerse; mi estómago hecho un nudo no cesa de retorcerse, esta sensación se parece al miedo, descubrí hoy que el dolor y el miedo son casi iguales. Pero el miedo acaba, cuando gritas, cuando el fantasma desaparece.
Se ha ido, se ha ido y me dejado, clavada a este suelo inmundo de crueles culpas, esperándolo en esta infinita estación del llanto, donde de los árboles caen lágrimas y el viento sopla suspiros.
Éramos uno, articulados de tal manera que la aurora nos envidiaba, nos envidiaba la luna, nos envidiaba la tierra entera. Hoy, sin embargo, sus labios se han apagado, su aliento abrasador deshizo este amor a suaves cenizas, a restos insignificantes. Hoy que lo recuerdo, mi mente delinea su rostro, la memoria de mi tacto se remece pues evoco también su figura garbosa. ¿Dónde acaban los sueños? ¿Dónde empieza el dolor?
Pues bien, han pasado ya cinco meses; lo conocí un día de junio mientras caminaba despistada por Avenida Cristóbal Colón, conectada a mi iPod escuchaba Hate me today y tarareaba despreocupada su melodía punzante.
-Hate me for all the things I didn’t do for you...- cantaba cuando me senté a esperar el autobús en el paradero.
-What didn’t you do?- preguntó una voz masculina tras de mí.
Sorprendida seguí la voz, pues a pesar de que la música interfería lo escuché con claridad, su tono grueso y profundo me sedujo, así como su inglés de acento ambiguo. Cuando lo observé, sonrió. Era un hombre alto, de cabello castaño y enormes ojos azules, su rostro anguloso lucía una barba crecida de unos tres días y el sol revelaba algunos destellos rojizos en su mentón.
-Lo siento, pensé que hablabas inglés- se excusó cuando pasado un momento no le respondí.
-I’m doing.
-Then, what didn’t you do honey?- volvió a preguntar.
Creo que me sonrojé, pues inmediatamente sentí mucho calor, era realmente apuesto y estaba también realmente interesado en mantenerme atenta.
-Escucha, sólo es una canción, no necesariamente estoy lamentándome por haber dejado de hacer algo por una persona- aclaré luego en español, pero él continuó mirándome.
-Steve- dijo amablemente y estiró la mano presentándose.
-Quillén- respondí, presentándome también.
-Beauty name to a beautiful woman.
-¿De dónde eres?- pregunté haciendo mi mayor esfuerzo para coquetearle y olvidarme de la canción, ese Hate me for all the things I didn’t do for you... sí era un lamento por no haber hecho lo suficiente la última vez que amé a alguien.
-Vengo llegando de Nueva Zelanda, tengo unos negocios aquí.
-Hablas muy bien español.
-Y tú muy bien inglés, lo noté cuando cantabas.
Sonreí y hubo un silencio prolongado, examiné sus ojos cándidos y tuve ganas de seguir charlando con él.
-¿Hacia adónde vas ahora?- inquirí demasiado interesada.
-Busco la estación de trenes, me han dicho que desde aquí sale un autobús hacia allá- fue el pie a la relación que se desencadenaría pronto entre nosotros, floreciendo espontánea, obedeciendo al destino quizás.
Lo acompañé hasta la estación, con la excusa de que me dirigía a un lugar cerca de allí, conversamos de forma muy amena, era fácil hablarle, tan receptivo a todo, tan liviano de llevar, quizás lo que me acomodó fue que siempre creí poder manejar toda la situación, nunca me sentí apabullada por su presencia, era tan dócil, tan perfecto para mí, alguien a quien, a pesar de parecer estoica, las sensaciones se le solían escapar y le ganaba la timidez.
-Me gustaría verte nuevamente ¿quieres?- dijo mientras sacaba su celular del bolsillo de la camisa y hacía el ademán de anotar algo.
-Claro- contesté y comencé a dictarle mi número telefónico.
Así comenzó todo.

Tres meses después, todo era un hecho, se había liberado en nosotros una pasión inimaginable, sin embargo, había tantas cosas que no sabía de él, cosas que me intrigaban a diario, pero cuando lo tenía cerca pasaban a segundo plano, cuando sentía sus labios cálidos revolviéndome la vida. No supe jamás qué tipo de negocios tenía Steve en Chile, ni porqué nunca hablaba de su vida en Nueva Zelanda ¿Qué habría estado pensando? ¿Cómo nunca sospeché?
Un día mientras desayunábamos tocaron el timbre, tal como estaba, medio vestida salí a abrir, pues no pensé que fuera algún extraño, a esa hora solía pasar Isadora a visitarme, antes de partir al trabajo. Pero el escenario al abrir la puerta fue muy diferente a lo que imaginé, tres policías de investigaciones con placa en mano y un rostro agriado se presentaron.
-Policía de investigaciones, tenemos una orden de arresto en contra de Steve Karev Evans.
Abrí los ojos como platos y mi boca tampoco dejó de hacerlo, una sensación fría me recorrió el cuerpo, anonadada los dejé entrar sin mediar discusión. Paralizada en la puerta observé cómo tomaron a Steve por ambos brazos, torciéndolos hacía su espalda e inmovilizándolo inmediatamente, uno de ellos lo sostuvo mientras otro leía el documento que me había mostrado al entrar.
-Señor Steve Karev, está siendo arrestado por inmigración ilegal, porte y tenencia ilegal de armas de fuego, asociación ilícita y fraude. Usted tiene derecho a permanecer en silencio. Cualquier cosa que diga podrá ser usada en su contra ante un tribunal. Tiene derecho a consultar a un abogado y a tener a uno presente cuando sea interrogado por la policía. Si no puede contratar a un abogado, le será designado uno para representarlo- sentenció el policía en un par de minutos. Tiempo suficiente para sentir cómo se desmoronaba mi vida.
Me quedé congelada, haciendo conjeturas en mi cabeza sentí que acababa de configurar una naturaleza dicotómica en mi vida, de verdades y mentiras, no supe dónde comenzaba una y terminaba la otra, ni tampoco quise descubrirlo, por el miedo de que todo lo que había amado de él hasta ese momento se transformara de pronto en una ilusión, se derrumbaba el castillo de arena, lo había construido sobre apariencias.
-Quillén, yo puedo explicarte, diles que me suelten, ayúdame por favor- me dijo cuando los policías comenzaban a sacarlo del lugar. Acongojado me miraba con sus ojos de agua, tenía las cejas arqueadas como si pidiera disculpas, su voz destemplada me traspasaba la piel, pero nada podía hacer si estaba sintiendo que no tenía voluntad suficiente para responder ante sus súplicas, ante su desesperado soliloquio ¿Cómo se sigue de pie en una situación así? ¿Hay respuesta?
No dije ni hice nada, se lo llevaron.
Al día siguiente, partí apesadumbrada hacia el cuartel policial, a buscar respuestas, a intentar rearmar mis planes de vida.
-Verá señorita, Karev está acusado de cargos importantes, ni el mejor abogado podría sacarlo de aquí fácilmente; entiendo que esté asustada, más si no sabía nada de esto, pero debe tener cuidado con quien se involucra, él le ha mentido mucho. No viene de Nueva Zelanda realmente, es norteamericano, y los negocios que tiene aquí, tienen relación con drogas, con drogas duras que está importando él junto a algunos socios desde Estados Unidos. Es una situación grave, debo advertirle que usted también será investigada. Puedo ver que no tiene relación con el narcotráfico, le creo, pero no depende de mí ¿Quiere verlo?
-Me gustaría hacerlo ¿No hay problemas?- pregunté, temblorosa por la situación que debería enfrentar.
-Sígame- indicó el policía y me llevó hasta una sala pequeña con una mesa al centro, dos sillas a cada lado y una gran ventana en el fondo, opaca, seguramente desde donde él estaría observando.
Esperé sentada, hasta que un hombre trajo a Steve, esposado y con el rostro demacrado, noté sus ojeras y adiviné que no había dormido.
-¡Preciosa! Viniste a verme, sabía que me creerías, lo sabía…- decía cuando intentó acercarse a mí, pero al advertir mi indiferencia se enmudeció.
-No quiero palabras innecesarias, explícame y me iré, rápido- pareció empequeñecerse, pero ya sentado se dispuso a hablarme.
-Cariño, están buscando a otra persona estoy seguro; sí es verdad, he tenido problemas con la justicia anteriormente, con las drogas, pensé que por eso estaban buscándome, pero los cargos que me imputan son falsos, no he hecho nada de eso, tienes que creerme. Nunca te habría mentido así, no puedo, te amo y lo sabes, mírame es verdad…- sus ojos se habían humedecido y agachó la cabeza tristemente, algo se rompió en mí. -I'm tripping on words, you got my head spinning- pronunció lentamente, esas palabras nos tocaban a ambos en el fondo de nuestros corazones, pues era la frase que había usado tiempo atrás para decirme lo que estaba sintiendo por mí.
Me puse de pie y salí, no podía oírlo mentirme más, todo estaba comprobado, los errores eran imposibles, la ley sobre él y el dolor sobre mí, sin poder ayudarnos; dónde guardar ahora ese amor explosivo que sentía, esa necesidad de él, de quererlo hasta el infinito, cómo apagar ese fuego, cómo olvidar sus palabras, su voz cuando me cantaba en las noches una canción romántica para adormecerme, sus manos que me acariciaban con la sutileza de un dios, qué hacer con el amor, que poco a poco comenzaba a transformarse en recuerdo.
Tres semanas y su ausencia me había hecho polvo, no tenía ya de dónde más agarrarme a la vida de antes, un grito escapaba de mí, un auxilio que jamás se hacía concreto porque no existía en el mundo alguien capaz de entenderlo, no había cielo ni infierno para mí.

Estoy en un purgatorio insufrible y no hay luz en ningún lugar, esta mañana al levantarme tomé la decisión, en el último rincón de una caja gris hay un frasco de cristal que contiene un brebaje de cicuta, lo conseguí cuando estudiaba química en la universidad y lo guardé como una anécdota más. Es lo que tengo, ahora me pongo de pie y camino hacia el desván, comienzo a buscar entre el desorden y ya lo tengo en mi mano, sé que soy muy cobarde para propinarme una muerte más efectiva, un disparo en mi frente sería ideal, pero me conformo con esto, planeo beberlo hasta no dejar ni una gota y dormirme antes que surta efecto, antes que comience a retorcerme de dolor.
Un segundo, dos, tres, cuatro. Ya lo he bebido enteramente y siento que arde un poco mi lengua. Tomo el frasco y lo lanzo al basurero, con la esperanza de que nadie lo encuentre y pueda mi muerte pasar inadvertida, quisiera que nadie supiera que lo estoy. Me encamino hacia el dormitorio, pero cuando cruzo la puerta de él oigo el timbre, pretendo pasarlo por alto, pero luego caigo en la cuenta de que será aún más sospechoso si no abro y descubrirán pronto mi cadáver, tengo la mente muy fría en estos momentos, sé que aún quedan un par de minutos en los que puedo parecer normal, camino hacia la puerta de entrada para ver quién es. Abro y me sorprendo.
-¡Quillén, amor, me dejaron libre, ves como se había equivocado, apareció el verdadero culpable- dice Steve mientras salta de felicidad y me toma por la cintura, me eleva en el aire y da una vuelta, está fascinado y yo no puedo evitar el emocionarme junto a él. Lo abrazo también y beso su frente, sus mejillas, su boca curvada en una sonrisa.
-Steve, Steve, Steve, Steve…- repito frenética, el calor de la sorpresa se ha apoderado de mí, siento que una llama sube y baja por mi estómago, estoy radiante, todo ha vuelto a la normalidad de un segundo a otro, creo en los milagros, creo en Dios, él me está devolviendo la vida.
Steve me besa con pasión, como si necesitara de mis besos para sobrevivir, para apagar esa alegría terrible de verme otra vez, me besa por el cuello, los hombros y desabrocha mi camisa violentamente, aún me tiene entre sus brazos y el calor en mí aumenta, necesito su cuerpo, sus caricias exquisitas, un calor terrible, un calor insoportable.
-¡Aire, aire, necesito aire!- vocifero ahogada.
-¿Qué pasa preciosa? Todo está bien, todo está bien, todo está bien…- se deforma su voz en el ambiente, no es calor es dolor, es desgarrador, es el veneno, es mi muerte inminente, no puedo deshacerlo ahora.
-Steve, Steve, Steve… Perdóname, Hate me for all the things I didn’t do for you- vuelvo a repetir. -¡Mátame maldita sea, esto duele!- caigo al suelo ya sin respiración.

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