miércoles, 24 de agosto de 2011

Consumes el último cigarro en completa oscuridad, para pesar de tu espíritu romántico no hay luna y como se te ha ocurrido escapar del terrible bullicio de Santiago te encuentras encaramado a una roca mirando de cerca la cordillera, vas quemando el vicio sin notarlo, no sabes que es el último y que te hará falta para recuperar la cordura luego de verme. Respiras enojado, ni la cascada a tus espaldas apaga tu ira, ni el frío que te entumece la cara, tampoco la altura que marea.

jueves, 18 de agosto de 2011

Ajeno mío

Tengo recuerdos que no son míos

y duelen más que los propios,

recuerdos de la sangre negra e hirviente

saliendo a borbotones de mil cabezas,

de los sonidos de mil fusiles injustos e

ignorantes vomitando duelos.

Recuerdos que florecen

como imposibles girasoles tristes.

Y tengo nostalgia de ese dolor,

pues pertenezco a días más lluviosos.

Tengo incrustados los rencores,

la sed de libertad

y el vicio de la lucha.

Me quedé con las espinas de otro

cruzadas en el pecho,

con las terribles ganas

de gritar blasfemias inéditas

contra un opresor empoderado

que no conozco.

viernes, 5 de agosto de 2011

Mejor no leas esto

Siempre suena bonito

Tener amigos terminó siendo un deber después que se acabaron los días de juego, días que no estoy muy segura si existieron de verdad, porque bien poco me acuerdo de lo que se sentía ser niña, no sé si porque crecí entre adultos bastante sola o porque tuve que entender muchas cosas incluso antes de aprender a escribir mi nombre. Supe de engaños y traiciones, sin siquiera poder deletrear tan pérfida palabra. Terminó siendo un deber cuando noté que ya no me seguían al patio de juegos, cuando las niñas ya no querían ser mis amigas, cuando los niños me miraron con otros ojos. Y sin quererlo me convertí en molestia, en rival, en enemiga, cuando apenas había vivido una década y poco sabía de malas intenciones. Entonces conocí las palabras, esas que matan y hacen libre, supe que las ideas se hacen reales en el papel y en el papel se hacen las ideas irreales, escribí pensando en El dragón color frambuesa y sonreí en aquellos escondidos mundos ideales. Pero nadie me explicó que la palabra también hiere y mella el espíritu cuando es enfrentada a rostros sin coraje, que se desmoronan con la pasión de un verso y le prenden fuego a las hojas entintadas. Nadie me dijo que me harían daño por creerme libre, por caminar en la ficción del cuento, nadie me dijo que me harían pasar por loca, que las enemigas odian en serio, que los días de niña habían acabado, era la hora de caminar a otra parte, de cambiar el rumbo del vuelo. Así terminé más abajo del suelo, perdí la noción de mí misma, perdí la voluntad, perdí una vida… su vida.

El choque contra el piso me abrió los ojos a otros mundos, vi por primera vez a mi país de frente, toqué con mis propios dedos el extremo más alejado de mi vida tan cómoda, oí por primera vez las palabras que hacen trizas a un alma insegura.

¿Dónde están? Me preguntaba desde el piso, no supe dónde se fueron los aliados y los amores, pues creí que de alguna forma lo conocía. Y cuando fracasé en mi búsqueda entendí que eso que llamaban soledad no era mentira, había perdido a los amigos y ya ni mi madre me hablaba, pasaba sólo llorando en los rincones. Nadie tampoco me había dicho que las palabras llevan a errores, yo había caído…

Terminó así siendo un deber, desde la soledad y el silencio, la compañía es un deber, porque no estuve nunca acostumbrada a resignarme. Entonces me paré mirando el cielo, había perdido tanto. Fui otra y aunque más callada que de costumbre recomencé, no sé si es el tiempo, pero los recuerdos bonitos se ven difusos y las heridas siguen marcadas a fuego. No sólo porque esas llagas decidieron quién sería hoy, sino porque con el paso de los años se hicieron profundas, después de caer las mentiras dolieron el doble, las traiciones lastimaron el triple y en el fondo de esa cara estoica y fuerte, se acumularon los miedos.

El deber se hizo costumbre y la costumbre un privilegio, porque terminé eligiendo a uno. Uno que a veces no cree, que a veces lastima y también llora, uno como un espejo que está tan solo como yo y tan acompañado cuando es conmigo, yo no sé si habrá caído tan fuerte, pero sé que le afloran los dolores cuando hace frío, sé que se parece tanto a esta historia que es casi la misma, nadamos en la misma agua turbia y flotar nos cuesta. Pero estamos, aunque ahogados a veces, seguimos estando. Y no es deber porque no cuesta, pero poco entiendo de qué será entonces, le dedico escasas palabras y no le gustan ni le hieren, me encanta esa indiferencia, porque nunca le he pedido que lo entienda, no lo entiendo ni yo misma. No sé si lo elegí o habrá llegado casualmente, pero estoy segura que no es un deber, nadie me ha explicado tampoco cómo se le llama a esto. Quizás deba dejar de escudarme en las palabras e intentar ponerle un nombre a todo, quizás sea la hora de borrar algunos episodios, quizás sea muy tarde porque ya están escritos.