viernes, 22 de julio de 2011

Debut y despedida

-Y antes de decir Sí acepto, quiero que sepas algunas cosas… Cosas como que no estoy dispuesta a consumir la vida en nuestra constante conversación profunda, ni voy a aceptar que me rechaces en la cama, no voy a permitir que me presentes como “tu señora” ni asistir a las comidas de tu empresa, no voy a tolerar que revises mi billetera, ni sueñes con que puedes prohibirme el rojo sangre de los labios, no estoy dispuesta a ceder mi lugar de la cama ni a tener hijos antes de los treinta, no quiero que silbes mientras leo Macbeth, no aceptaré cambios ni limpieza en mi biblioteca y me harías feliz si subes el volumen de la música cuando toquen mi canción favorita, no toleraré que no sepas a cuál me refiero, no te olvides que me gusta limpiar la casa a altas horas de la noche y no soporto el ruido de bomberos a mediodía. No estoy dispuesta a oírte cuando me preguntes “¿Puedo?” ya eres un hombre y yo no soy tu madre, tmpaoco vsadi wainw fwf f gannmsi…

-Puede besarla… ¡Qué Dios lo ampare!


martes, 5 de julio de 2011

La verdad nos hace libres

Viste la luz en un país oscuro y lloraste pidiendo el término de algo que no entendías, no sabías porqué tu padre llegaba tarde a casa y con lienzos rojos bajo el brazo, no entendiste cuando siete hombres se pararon en tu jardín un día de octubre y no se movieron más durante casi dos décadas, jugabas junto a ellos cuando te lo permitía tu madre y los terminaste apodando Las estatuas grises. Salías con tu delantal blanco junto a tus hermanos rumbo a la escuela y una vez al mes volvías con un kilo de leche en la mochila y cuadernos de hojas cafés con olor a tabaco, no supiste porqué de repente tus profesores dejaron de sonreír y ya no había leche ni páginas para llenar, tampoco había luz después de las nueve y tu padre llegaba más y más tarde, escuchaste la palabra hambre, pero nunca la sentiste, oíste sobre un general, que partirían desde Franklin, un no sé qué sobre cacerolas y cigarrillos de contrabando, todo te sabía a un plato exótico o un libro de cuentos, preferías no preguntar, la respuesta siempre era la misma: cosas de adultos.

Los años te forjaron en el miedo y con dieciocho años llevabas otra mochila esta vez, pues entendiste que esos lienzos rojos se llevaban al frente de una marcha interminable por tu libertad, que las presidía tu padre, que las estatuas grises cuidaban tu casa del asedio militar, que el toque de queda apagaba las luces tan temprano y si no pasaste hambre fue a costa de peligros y amenazas, ese hombre que se deshizo de amor por su familia hizo brotar lechugas del cemento y no apagó su voz cuando salió a protestar sin saber si volvería a verte. Maduraste en el miedo y el general con sus ejércitos hizo trizas la libertad de alma que tu padre te quiso heredar, no sabías que las peores enfermedades suelen saltarse una generación y la incurable herida hizo llaga en tu hija, en su corazón que llora cada vez que oye el discurso del libertador muerto y su voz que sangra cada vez que no le permites pensar.

Deja el miedo, no le cuentes a nadie que tu padre sigue durmiendo con un fusil bajo la cama, pero grítate a ti misma que te hizo libre.

Mamá, deja el miedo.